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Por Redacción , 4 de octubre de 2023 | 23:03El día que mataron al teniente Merino en la Laguna del Desierto
Atención: esta noticia fue publicada hace más de un añoLas notas periodísticas sobre los sucesos de Laguna del Desierto deambularon por cancillerías y gobiernos, transformándose en un tornado de versiones y prerrogativas.
¿De qué forma se suscitaron los hechos ocurridos en Laguna del Desierto en octubre de 1965? Creo que de la peor forma. Estrategias sin tiempo ni espacio, como diría Saussure, una parte del todo, pero al revés, atemporal e inmóvil. Sucedió justo cuando, en una ínfima fracción de tiempo, un contingente de Carabineros se encontraba reunido en el Retén del Lago O'Higgins. Y cuando casi sin aviso y bajo ninguna precaución posible, apareció el alterado colono Domingo Sepúlveda, quien se había establecido en la zona desde hacía años. Su casa estaba en el lote 22 y formaba parte de las heredades de su querido padre. Venía pues este colono, a contarles a los carabineros que gendarmes argentinos habían estado en su casa advirtiéndole a él y a sus hermanos que iban a presentarse a las autoridades argentinas por estar ocupando los chilenos una porción de territorio perteneciente a la República Argentina.
Los cachacos―les dijo―, me han amenazado con castigarme si no obedezco.
Al oír esto, el Prefecto de Coyhaique, Mayor Miguel Torres Fernández, partió al lugar para verificar la denuncia. Lo acompañaban unos diez carabineros. Doña Juanita les ofreció la casa para estar ahí, mateando, charqueando… Era la hermana de Sepúlveda.
No encontraron a ningún gendarme en la zona, pero con previsión y mesura, con cautela y moderación, esperaron por si ocurriese algo. Se notificó de los hechos al Gobierno el día 11 de octubre, pero por esos días iban a reunirse los presidentes Eduardo Frei y Arturo Illia en Mendoza, actividad que consumía la atención del ministerio, por lo que, si bien se discutió el tema dentro de la generalidad de los problemas limítrofes que agriaban las relaciones en aquellos días, aparentemente no se puso demasiada atención a lo sucedido ni se previó la gravedad que podía alcanzar el impasse.
Merino, distinción y contradicción
Los chilenos se quedaron dentro de unos terrenos levantando un pequeño campamento junto a la choza de madera vieja y abandonada, a la espera de ver algo sospechoso. Izaron una bandera sobre el tronco de un árbol y esperaron órdenes. Entre ellos estaba el Teniente Hernán Merino, con una barba lampiña que contrastaba con la pulcra imagen que tradicionalmente tenía, de rostro siempre bien rasurado. Conservo esa foto luminosa cuando asiste a un carnaval de primavera y se luce entre más de 20 mujeres esplendorosas que pretenden llegar a ser reinas. ¡Cómo no pues, querido Hernán, rodeado de todas esas maravillas! Era, al parecer, una demostración de soledades de náufrago con la pulcritud del amor en medio de la guerra. Como una huella de la crispación y del contrasentido en los que debían desenvolverse estos valientes chilenos uniformados y civiles en los confines del mundo. Merino frisaba entonces los 29 años.
Mientras tanto, la noticia ya había llegado a la prensa bonaerense que, con ese tradicional amarillismo y alboroto tan propio de los chés, comenzó a preparar sendos artículos para los diarios de la mañana, en los que se declaraba una invasión de carabineros chilenos sobre suelo argentino, y se incitaba a reaccionar ante tamaña afrenta. Rápidamente, la intención de este acto irreflexivo tuvo éxito, pues lo primero que provocó fue que cayera como bomba entre los ámbitos políticos, despertando fervores patrióticos indisimulados.
Primeros enconos y movimientos
En el valle de California, a la sazón también ocupado ilegalmente por gendarmes tras la invasión argentina de Alto Palena, había estado al borde de producirse un nuevo incidente de sangre merced al ambiente enrarecido, cuando un grupo de gendarmes al mando de un alférez trasandino intentó atacar a un colono chileno que estaba desarmado. El Canciller Gabriel Valdés protestó por lo sucedido y la prensa inició una campaña para cancelar la visita del Presidente Frei Montalva a la Argentina, pues el objeto del viaje era, precisamente, obtener de Illia cooperación para que las comisiones de límites de ambos países finiquitasen labores pendientes de especificaciones en la demarcación fronteriza.
No hubo respuesta por parte de la Casa Rosada hasta varios días después, cuando se presentó en Santiago por pocas horas el Canciller Zavala Ortiz, quien se limitó a declarar que no estaba al tanto de lo sucedido en el valle de California. Sin embargo, al enterarse Illia de los indignantes pormenores de la agresión al colono chileno, ordenó el retiro del alférez argentino al mando de la patrulla en cuestión.
Esta reacción le pareció suficiente a La Moneda y los planes de visita presidencial a Mendoza fueron retomados. Así, Frei Montalva arribó a la ciudad argentina el 30 de octubre, siendo gratamente recibido, por lo que se creyó que todos estos impasses estaban superados. Los mandatarios acordaron terminar las actividades de la comisión mixta en un plazo de cinco años y se firmó también un compromiso para llevar el problema del Canal Beagle a un arbitraje internacional, pero que a la larga no encontró posibilidades reales de aplicación.
Tergiversaciones y manipulaciones
Durante ese período, y hasta el mismo día 31 de octubre en que terminó la visita presidencial, parte importante de la prensa de Buenos Aires no había cesado de publicar provocadores artículos en los que se acusaba a Chile de ser culpable de agresiones y las entonces controversias generadas por las pretensiones expansionistas de la Argentina sobre Palena y el Canal Beagle. Estos discursos exitistas y apasionados representaban el ánimo de, entre otros, dos generales de Gendarmería Argentina: Osiris Villegas y Julio Alsogaray, dispuestos a hacer respetar la soberanía nacional a como fuera en los lugares donde se habían producido litigios o encuentros desafortunados.
El 2 de noviembre, se presentaba ante los uniformados chilenos establecidos en Laguna del Desierto un ciudadano argentino, llamado Ricardo Arbilla, quien reclamó que estaban en terrenos de su propiedad. Pero luego de una breve discusión, se le explicó lo sucedido. Se calmaron los ánimos y hasta se quedó a almorzar con los Carabineros.
Se integra el piloto Hein
Entre los días 2 y 3 de noviembre comenzaron las señales de alarma. La zona era cubierta por aire gracias a los característicos servicios del piloto chileno Ernesto Hein Águila, quien mantenía conectada la zona de Laguna del Desierto gracias a las modestas pistas de aterrizaje que con grandes esfuerzos y sin herramientas apropiadas, habían construido durante tres años los colonos chilenos Candelario Mansilla y su esposa Teresa (de quien conservo una hermosa grabación relacionada con sus primeros días en el Lago O’Higgins).
Como se recordará, Chile había conseguido, gracias a la iniciativa personal y el sacrificio de varios ciudadanos patriotas, la colonización de su territorio de Laguna del Desierto. Estaba Hein en uno de aquellos vuelos, cuando observó desde lo alto un enorme e inusual grupo de uniformados argentinos que se dirigían al Oeste, advirtiendo también la presencia de aviones cuadrimotores sobrevolando el Retén O'Higgins. Asombrado, viajó a Santiago el mismo día 3 para informar a la Cancillería y al Ministro de Interior, señor Bernardo Leighton.
El principio del fin
El 5 de noviembre, llegaron para reforzar el grupo de chilenos el Capitán Bautista González y el Primero Héctor Carrillo. Tras un par de días sin novedad, el sábado 6 se les hizo llegar orden a través del Carabinero Igor Víctor Schaf, de retirarse nuevamente a la casa de doña Juana. Hasta allá partieron el Capitán González y sus hombres, pero el Mayor Torres permanecía en el puesto con otros cinco hombres, entre los que estaban el Sargento Manríquez y el Teniente Merino. Como no se reportó novedad, el Mayor Torres creyó innecesario continuar presente en el lugar y ordenó a dos de los hombres traer caballos para desplazarse. Ese mismo día 6 apareció en la prensa de ambos países la publicación de la Declaración Conjunta. En ella decía claramente que la demarcación de Laguna del Desierto se haría en los días siguientes. Se había acordado un plazo de 48 horas para que ambas partes desocuparan la zona y facilitaran la actividad de las comisiones.
Estaba a punto de desatarse el desastre.
El Gobierno ya conocía los problemas y se había dispuesto que la zona fuese desocupada para que la Comisión Mixta se presentara en el lugar a poner orden sobre los verdaderos límites. Esto se había resuelto de común acuerdo con Argentina en un comunicado de Buenos Aires del día anterior. Se estaba en esos precisos momentos en el período mismo de abandono de la zona. Los Carabineros se encontraban listos para hacerlo según lo demuestra la Declaración Pública de la Cancillería de Chile publicada tras estos hechos de sangre. Nada hacía prever entre ellos el peligro y la tragedia que se venía en camino, e incluso los uniformados estaban en compañía de dos niños, hermanos del colono Ismael Andrade Sepúlveda, que se encontraba de viaje en Argentina. El Mayor Torres y el Sargento Manríquez permanecían en torno al puesto; el Teniente Merino hacía guardia tranquilamente y el inocente Carabinero Durán incluso se encontraba preparando pan amasado en la casucha para recibir la hora del té, todos ignorantes del peligro que estaba a punto de caerles encima.
Muerte de Merino
Cerca de las 4:30 PM, uno de los niños descubrió a unos hombres escondidos mientras jugaba, y avisó a gritos a los Carabineros que, antes de alcanzar a reaccionar, se vieron súbitamente rodeados por un enorme contingente de unos cien gendarmes argentinos, fuertemente armados y en una actitud prepotente. Al menos dos periodistas los acompañaban, que se autonombraron corresponsales de guerra, con órdenes de fotografiar los hechos y demarcar el territorio haciendo alardes de heroísmo. Sistemáticamente comenzaron a acercarse amenazantes hacia el Mayor Torres, quien, por estar con la guardia abajo se encontraba desarmado, y el Teniente Merino, al advertir la delicada situación, corrió hacia su superior, fusil en mano, para disuadir a los gendarmes que lo emboscaban. No disparó tiro alguno.
Sin provocación, sin una razón clara y con saña bruta y ojeriza instintiva, la existencia del Teniente Merino fue clausurada de golpe por una certera ráfaga de metralla. Otras balas hirieron al Sargento Manríquez, al intentar responder inútilmente al fuego.
Tengo en mis manos, cerca de los ojos la revista Vea de la época donde aparecen fotografías impresionantes. Está dañada y muchas hojas se desmoronan, como el cuerpo del teniente. Al cesar los disparos, el joven Hernán, que salvó vidas humanas, que fuera ejemplo de vocación y servicio para toda una institución y que sacrificara la propia comodidad de su existencia por una causa soberana, yacía tendido sobre las hojas del frío lacerante, sobre el colchón de hojas amontonada de un bosque austral, muerto, fuera ya de este mundo para siempre.
Ante el asombro y estupor de los chilenos, un subalférez del grupo de gendarmes justificó a sus hombres, con el cuerpo del Teniente Merino a sus pies, rugiendo: ¡Ustedes tienen la culpa por no haberse ido antes de aquí...!
Continuando con el increíble acto de matonería, los chilenos fueron tomados detenidos en su propio suelo patrio y llevados en avión hasta Río Gallegos y luego al Regimiento 181 de Combate del Ejército Argentino. Dos largos días pasarían allí antes de ser devueltos.
Mientras tanto, en el Retén de Lago O'Higgins llegaba desde Cerrillos un amplio contingente de Carabineros con la orden de resistir un eventual ataque, pues las autoridades daban por hecho la posibilidad de un conflicto. Entre ellos, se encontraban el Coronel Adrián Figueroa y el Capitán Rodolfo Stange, posterior Director General de Carabineros y precisamente, uno de los Senadores que años más tarde se opondría a las revisiones territoriales con Argentina. Stange esperó hasta el último momento la orden de ataque con sus hombres, listos para el enfrentamiento. Pero la orden no llegó jamás. Se consolidaba, de este modo, la alevosa invasión argentina al territorio de Laguna del Desierto.
Los restos del héroe chileno fueron trasladados hasta Santiago, tras ser desembarcados en Cerrillos y recibidos con rigurosas muestras de admiración por altos funcionarios del Gobierno y de Carabineros.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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